O algo así. El lugar de los hechos se llama Aventura Amazonia, así que el juego de palabras era obligatorio.
Parece ser que Miguel Ángel (si no le conocéis o lleváis tiempo sin verle, es el hombre que está en la esquina inferior derecha; ha cambiado drásticamente desde la última vez que le vi, a juzgar por la foto de una entrada anterior a esta y muchas otras más) fue el responsable de todo esto. Decidió reunir ayer a varias familias, incluyéndonos a mi padre y a mí, para una experiencia típicamente inolvidable.
Sin embargo, aunque yo haya estado aquí por primera vez, no es la primera vez que vivo este tipo de experiencias. Ya había pasado por casi lo mismo al menos un par de veces, sólo que en otros sitios. Había pruebas nuevas en distintos circuitos, pero en general, es todo lo mismo: escalar, caminar y saltar. Y no todo el mundo tiene el mismo valor que yo; lo más sencillo me aburre, mientras que lo más complejo y dinámico me entusiasma, sabiendo que dispongo de un sistema de seguridad con garantía de protección de caídas (siempre y cuando se use bien, algo que yo, naturalmente, hice).
Cabe destacar la tirolina, lo más común en este tipo de parques. Es algo similar a planear. Si os soy sincero, yo preferiría volar por mis propios medios, pero esto es la vida real, así que hay que afrontar la triste realidad: no fui hecho para volar sin la tecnología diseñada para tal fin. Y, dado el tiempo que teníamos para completar tanto la iniciación como los circuitos adaptados a nuestros niveles, sólo pude superar el antepenúltimo y el penúltimo, dejando el último circuito pendiente para otra ocasión (los tres últimos de toda la zona, son para adultos y jóvenes).
No os especifico más detalles; el resto lo tenéis que ver vosotros mismos. Si disponéis del mismo valor, y de la misma fuerza y energía que yo, merecerá aún más la pena pasar por algo así.
¡Eso es todo!